Johann Wolfgang Goethe

"Cuán insensato es el hombre que deja transcurrir el tiempo estérilmente."

Friday, October 8, 2010

La Pasión es una guerra cuerpo a cuerpo

Ahora recuerdo -no sé si como fueron, o poniendo yo algo de mi posterior cosecha, tan escasa- las conversaciones que manteníamos las tres en nuestro diminuto piso de estudiantes. Más exacto sería decir que
Felisa y yo escuchábamos a Laura. Ella, de tanto en tanto, nos largaba su rollo macabeo, como llamaba a
repasar en alta voz sus temas. Las tres entonces íbamos a ser heroínas, a batirnos el cobre por nuestros
semejantes, a levantar la bandera de la feminidad y de los logros de nuestro deprimido sexo.
-La debilidad del cachorro humano -comenzaba Laura mientras hacía el té- obliga a cuidarlo y adiestrarlo
durante muchos años. Eso lo convierte en superior a los de otras especies, y hace que conserve la curiosidad
y la capacidad de sorpresa propias de la infancia a lo largo de toda su vida. Tales virtudes son las que
suscitan a los poetas y a los sabios, porque la poesía y la ciencia nacen de la perplejidad.
-Siendo así -interrumpía Felisa, que empezaba a comer la primera los bollos y las pastas, las niñas, que
somos más débiles y más dependientes que los niños, nos transformaremos en mujeres más inteligentes que los hombres.
-Por lo menos, según la educación que nos han dado -intervenía yo-, habremos aprendido a gustar, a
seducir, a engañar, a conocer el interior de los varones, a verlos venir y, por lo tanto, a dominarlos.
Laura, molesta, retomaba el hilo de su discurso:
-Las hembras de los mamíferos, primas hermanas nuestras...
-No lo dirás por mí: sólo he comido un bollo -la interrumpía Felisa.
-Esas hembras, repito, son, desde luego, más inteligentes que sus machos. Sencillamente porque
luchan por su vida y la de sus crías más que ellos y porque saben a la perfección las tareas de la manada.
-Y, por si fuera poco -interrumpía de nuevo Felisa-, los machos se dedican a pelear por ellas. Que se
jodan.
-En realidad -aclaraba Laura-, también se pelean por el alimento y por el territorio. Incluso, sin el pretexto
del territorio, ni de las hembras, ni de la comida. Los machos se pelean, en general, por el poder.
-Qué desilusión -exclamábamos a un tiempo Felisa y yo.
-Un momento, un momento: las hembras sólo les conceden el derecho a cubrirlas. Se entregan al más
fuerte y, una vez fecundadas, se retiran para dedicarse a ellas mismas y a sus camadas. Hasta hay ocasiones
-se echaba a reír con picardía- en que mientras 104 machos, ya talluditos, litigan sobre quién será
el primero, son seleccionados los más jóvenes por el instinto de las hembras, que se entregan a ellos a
espaldas de los luchadores... Sucede como a menudo con los hombres: el dominante es vencido por la
alianza de los débiles, que imponen su orden nuevo y dejan con tres palmos de narices al macho ganador.
Uno cuida la viña y otro se la vendimia. Lo importante para la Naturaleza es perdurar. Y para eso la maternidad es lo imprescindible.

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