Se dice que el amor se alla en los bosques, hay miles de árboles que te atraen, que te hacen sentir, sonreír, saltar de alegría y júbilo al vislumbrarlos por los enrevesados caminos que atraviesas. Llega un día en el que sólo contemplas a uno, ya sea por el color y las delicadas formas de sus hojas, por el tronco alto y robusto que le da forma, o por las ramas enrevesadas y misteriosas que te cautivan.
Sin embargo, hay ocasiones en las que te has equivocado de árbol, ese no era el tuyo, y lo único que hace es cegarte, no te deja ver el resto del bosque... Intentas eludirlo pero el esfuerzo es en vano, las raíces te han cogido por los pies y te arrastran hasta lo más profundo de la tierra.
Suerte que aunque no tengas visión, exista algo que se da a conocer como la razón.
Ese árbol te cautivó, admirabas la delicadeza y la textura de su tronco, cuándo lograbas escarbar en él, creías que sus ramas se ensamblaban con las tuyas...Nunca es tarde para darte cuenta: con esfuerzo y resistencia puede que logres salir de ese atolladero en el que te has metido sin darte cuenta a tiempo de lo que se avecinaba.
En la vida, te tienes que cruzar con algunos árboles similares a este, hasta que llegues al idóneo que no te arrastrará, vuestras raíces se unirán de tal forma que formaréis una hermosa figura en el inmenso mundo de la naturaleza humana.
Yo conocí a ese árbol, pensé que era mi árbol, y no me rendía, sentía que no me arrastraba, sino que era un pulso entre los dos, pero me equivoqué.
Sólo me quedo con el placentero recuerdo de sus hojas verdes y de las ramas que cruzamos juntos aquellos días de verano.
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