Johann Wolfgang Goethe

"Cuán insensato es el hombre que deja transcurrir el tiempo estérilmente."

Thursday, February 9, 2012

Nuestra fragilidad puede presentarse de varias maneras: desde tener el corazón en un puño a consecuencia de una pelea con una amiga, hasta perder la voz antes de una reunión importante, pasando por la sensación de estar hundido tras un duelo. Solemos tenerles miedo, sobre todo porque en nuestra sociedad cada vez hay menos espacio para ellas. No obstante, son necesarias. La vulnerabilidad nos permite estar en contacto con nuestros sentimientos y relacionarnos. ¿Hemos olvidado que en su momento no fuimos más que colosos con pies de barro?
La fragilidad está presente desde la cuna

La llegada de un recién nacido es la prueba manifiesta. Desde que nacemos somos frágiles, y seguimos siéndolo durante mucho más tiempo que cualquier otro ser vivo. «Necesitamos un sinfín de cuidados para poder vivir y desarrollarnos», recuerda la psicoanalista Marie Balmary. Somos los animales más vulnerables, a pesar de que nos empeñemos en modificar este dato con los avances de la ciencia y la tecnología. De forma inconsciente, convertirse en adulto se basa esencialmente en dejar atrás ese estado. Sin embargo, aunque nos hayamos convertido en jefes de Estado o en panaderos, sigue quedando en nosotros, debido a nuestra larga dependencia, cierta vulnerabilidad.
La fragilidad: una de las claves para poder relacionarse

«De nuestra fragilidad deriva nuestra capacidad para relacionarnos», precisa Marie Balmary. Si no fuéramos vulnerables, no podríamos desarrollar la capacidad de «hacer juntos». En efecto, toda la construcción de la sociedad humana descansa sobre esta capacidad de decir al otro: «ayúdame, hazlo conmigo, te voy a ayudar, enséñame». Por eso, mostrarnos vulnerables es positivo. «Para imaginarse juntos, hay que empezar por confesar una carencia y por reconocer que no somos autosuficientes», añade Elena Lasida, doctora en Ciencias Económicas y Sociales. Y eso hay que hacerlo en muchos ámbitos, tanto en el amor como en el trabajo.

En cambio, creer que solo contamos con nosotros mismos y vivir en consecuencia da lugar a relaciones basadas en las luchas de poder, la competencia y los resultados. Pero basta que haya una catástrofe, aunque solo sea de tipo natural, para que manifestemos nuestra gran vulnerabilidad, y, por tanto, aparezca la solidaridad. «Desde que el recuerdo de que somos seres mortales nos viene a la mente, nos tratamos con más cuidado», explica la psiquiatra.

Por otro lado, la calidad de nuestras relaciones radica en el reconocimiento de que nuestras diferencias son zonas de fragilidad. «Cuando no sabemos quién es el otro, ya se trate de un hombre frente a una mujer, o de un empleado en huelga frente a su jefe, la única forma de entrar en contacto es aceptar esta zona de vulnerabilidad y desconocimiento para poder escuchar», asegura la psiquiatra. Según Elena Lasida, «La fragilidad se convierte entonces en un pasaporte hacia un auténtico trabajo colectivo», tanto en el plano amoroso como social.
Mostrarse vulnerable, un proceso de aprendizaje...

Lo normal es que se nos prohíba mostrarnos vulnerables desde la infancia. Cuando nos caemos, perdemos un pariente o una mascota, solemos negar las sensaciones y sentimientos que experimentamos. Para poder volver a mostrar que somos vulnerables debemos empezar por reconocerlo. Al llegar a la edad adulta, hay que reaprender a sentirse más frágil, es decir, menos preparado para asumir una ruptura amorosa o para enfrentarnos a un proceso de duelo o una enfermedad. Negar el impacto de ciertos acontecimientos puede hacer que perdamos fuerzas de forma duradera; mientras que el hecho de compartir va a crear un vínculo, e incluso a incitar a la otra persona a apoyarnos, y, por lo tanto, nos ayudará a recobrar las fuerzas.

Hoy en día es muy común buscar apoyo en el saber, en el adquirido en la escuela o la universidad, para protegernos de todos los sentimientos que nos hacen sentir vulnerables. No obstante, basta con aceptar la verdad para darse cuenta de que, al final, todos nos encontramos en la misma situación, con independencia de nuestra posición social... Confesarlo podría evitarnos un gran número de tensiones.
La depresión: ¡frágil, manejar con cuidado!

Una de las principales manifestaciones de una vulnerabilidad no reconocida es sin duda la depresión. Los médicos, al igual que el resto de personas que nos rodean, se empeñan en anularla, cuando lo que realmente hay que hacer es tomarla en consideración. «El deseo de curar la depresión, en lugar de acompañarla, impide que tenga lugar», advierte la psiquiatra. Además, añade que cada metamorfosis que se opera en un ser vivo es una gran muestra de fragilidad, como los períodos de mudas en el caso de los animales. Por ende, la depresión puede descodificarse como si se tratara de una llamada; la de un ser frágil que solicita formar parte de otro mundo; la de la relación; la de la palabra; la de la unión; y la de ser reconocido por lo que uno es y no por lo que se cree que debería ser.

Es aquí donde se encuentra la raíz del problema. Aceptar la propia vulnerabilidad y hablar de ella antes de que nos invada exige también que nos neguemos a formar parte de una sociedad que solo está dispuesta a ofrecer la cara amable de la salud, la juventud y el éxito. ¡Eso es lo más difícil! Pero la psiquiatra recuerda: «¿Acaso tenemos otra elección que no sea la de aceptar nuestra propia condición humana?».

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