Dos velas.
Tan solo dos llamas iluminaban la ciudad aquella noche.
Todas las luces de Nueva York habían muerto para dejarnos vivir.
-102-
Número de planta del Empire State en la que nos encontrábamos sentados uno en frente del otro; nuestras miradas surcaban los poros de nuestra piel y flechaban mi garganta.
Podía vislumbrar las ténues fisuras de tus labios cerrados y el resplandor de tus pupilas dilatadas observando aquel instante.
Acabábamos de degustar ese solomillo con foie que sólo tú cocinabas para mí.
El postre acechaba, y no quería que el tiempo se moviese ni un ápice de sus manillas.
Compartimos una porción de tarta de queso y llegó el momento de brindar.
No sabíamos qué decir, pues... tantas cosas nos faltaban por contarnos, que no teníamos prisa.
Mis palabras se censuraron apresuradamente y tú te levantaste, acercándote con delicadeza para rozar mi cuello con aquella copa fría de cristal vaporoso.
Unas gotas de agua se derramaron de ella, surcando la caída de mi cuello y llegando hasta el vestido...
Miré fijamente las velas, y de un soplo todo quedó eclipsado.
Me cogiste de la mano, y entrelazadas, las posamos sobre el balcón; tu brazo rodeando mi cintura, alzando la vista sin ver; sólo imaginábamos.
Aún con las copas en la mano, decidí brindar de una vez, y en ese momento dije lo que ansiaba:
- brindemos por todas las cosas que no nos hemos dicho y que nos quedan por decir.
Así fue.
Some people made a lifetime for a moment like this...
Bebí de tu copa y tú de la mía; no sé si pudiste vislumbrar mi sonrisa: los labios se abrieron como cuando florece una rosa mojada en primavera.
Me cogiste por la espalda y susurraste a mi oído:
- imagina que nunca nos hubiésemos conocido.
A lo que yo contesté:
- entonces puede que nunca hubiese hecho lo que voy a hacer ahora mismo.
Tan solo dos llamas iluminaban la ciudad aquella noche.
Todas las luces de Nueva York habían muerto para dejarnos vivir.
-102-
Número de planta del Empire State en la que nos encontrábamos sentados uno en frente del otro; nuestras miradas surcaban los poros de nuestra piel y flechaban mi garganta.
Podía vislumbrar las ténues fisuras de tus labios cerrados y el resplandor de tus pupilas dilatadas observando aquel instante.
Acabábamos de degustar ese solomillo con foie que sólo tú cocinabas para mí.
El postre acechaba, y no quería que el tiempo se moviese ni un ápice de sus manillas.
Compartimos una porción de tarta de queso y llegó el momento de brindar.
No sabíamos qué decir, pues... tantas cosas nos faltaban por contarnos, que no teníamos prisa.
Mis palabras se censuraron apresuradamente y tú te levantaste, acercándote con delicadeza para rozar mi cuello con aquella copa fría de cristal vaporoso.
Unas gotas de agua se derramaron de ella, surcando la caída de mi cuello y llegando hasta el vestido...
Miré fijamente las velas, y de un soplo todo quedó eclipsado.
Me cogiste de la mano, y entrelazadas, las posamos sobre el balcón; tu brazo rodeando mi cintura, alzando la vista sin ver; sólo imaginábamos.
Aún con las copas en la mano, decidí brindar de una vez, y en ese momento dije lo que ansiaba:
- brindemos por todas las cosas que no nos hemos dicho y que nos quedan por decir.
Así fue.
Bebí de tu copa y tú de la mía; no sé si pudiste vislumbrar mi sonrisa: los labios se abrieron como cuando florece una rosa mojada en primavera.
Me cogiste por la espalda y susurraste a mi oído:
- imagina que nunca nos hubiésemos conocido.
A lo que yo contesté:
- entonces puede que nunca hubiese hecho lo que voy a hacer ahora mismo.
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