Una canción,
un cartel en la calle,
una parada de metro,
una conversación,
una foto,
la simple palabra DESEO, me tortura y me agrada dependiendo del momento.
Un roce,
un abrazo inesperado,
un llanto descontrolado.
Estar a tu lado;
eso es lo que hace que las comisuras de mis labios se estiren como si de una goma infinita se tratase,
mis ojos inesperadamente irradian luz y resplandor,
y cuando me hablas,
sobran esas palabras,
porque no hay nada como poder saber que alguien te desea solo con mirarle a los ojos.
Eramos tú y yo,
una noche de invierno,
hacía frío y tu piel desprendía un calor extasiador.
Tus dedos entrelazados con los míos, mi mano derecha rozando los lóbulos de tus orejas,
bajaba lentamente hacia tu cuello, y con timidez un beso dulce y placentero plasmaba mi cariño en tu pecho.
Todo eso se quebró, llegó la primavera arrasadora, y a mí se me marchitó la esperanza, mientras todo lo demás florecía.
Dejé que los recuerdos me comieran por dentro, como una lombriz que cava un foso para encubar sus larvas.
-AHORA.
-AHORA.
Me cuesta levantarme día a día sabiendo que no estás a mi lado y que seguramente (no me gusta la palabra jamás), no lo estarás nunca más.
Mis paseos por la ciudad,
mis andares por la universidad,
cualquier conversación, deriva en tristeza escondida, y anhelo reprimido.
Me digo a mí misma que todo se supera, que nada es imposible, pero los tópicos no me sirven.
Poco a poco veo resultados, a veces sonrío y no es un momento falso, a veces duermo y no tengo pesadillas, a veces tengo ganas de que llegue el día siguiente para hacer algo, pero solo a veces.
El resto de las veces sigo queriendo encerrarme bajo las sábanas y no salir para poder soñar y soñar sin darme cuenta de que no estoy viviendo una realidad.
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